Pasos de gente que vive en el Arado
La Fría Mañana
Son las 5: 30 de la mañana en el barrio de abajo, de casas viejas y calles dañadas, la carrera 2da entre calles 20 y 24 aún se encuentra resbaladiza tras la lluvia de anoche que deja charcos en la calle llena de huecos y empinada.
El agua arrastra toda la basura que días antes adornaba la calle y la tierra de la destapada bajada de la vuelta del “chivo”, que hace meses el Ibal destapó para arreglar la tubería y que gracias a ello, es ahora un peligroso tramo destapado entre pavimento destrozado y tierra amarilla y empedrada del fondo de la tierra.
Los primeros pasos empiezan a circular por el sector, y las personas que madrugan en el Arado ya se van a trabajar. Los carritos de los tintos son los primeros en oírse: doña Otilia, Carmenza, Sandra y Yeimy, ya van arrastrando sus carritos cuesta arriba. Doña Otilia va para el terminal a esperar viajeros friolentos que quieran disfrutar un caliente y bien cargado café. Carmenza, Sandra y Yeimy van para el centro a recorrer la tercera en busca de afanados transeúntes que quieran un tinto para continuar.
Mientras tanto, bajo las nubadas calles del Arado siguen desfilando a pie los trabajadores que van para la plaza de la 21, al deposito “Pipo” donde trabaja Alex, Rodrigo y Carlos como coteros, a “Mercacentro” donde labora Hernán, /al puesto de flores donde arma ramos doña Mariela, a la fama de carne donde trabaja Efraín, o los tenderos: las Señoras Beatriz, Empidia, Ofelia y Don Orlando que van a traer el surtido para sus tiendas.
Ya son las 6:25 y ahora la tranquilidad de la mañana se ve interrumpida por las afanosas madres de familia que llevan sus niños a la escuela, los jugueteos de los madrugadores estudiantes que van a la escuela “San Pedro Alejandrino” visten la mañana con el toque de inocencia y alegría que termina de despertar a los aradenses.
Más atrás, van los colegiales caminando un poco más lejos, hacia los colegios San Pedro Alejandrino, Antonio Reyes Umaña, San Simón, Liceo Nacional. Al compás del “negro”, el “paisa”, don Luis y el “mono” que encienden sus taxis para salir a camellar.
El tímido sol aún no se atreve a dar sus primeros rayos y la actividad ya comenzó en el Arado: las señoras van a las tiendas a comprar lo del desayuno; /don Julio, Andrés, Marcos, Miguel y Cristóbal abren su carpintería y le dan los últimos retoques al comedor que le entregaran hoy a doña Leonor, /Don Gildardo saca su carretilla de jugosas frutas; los obreros preparan el cemento para seguir con la remodelación del teatro del barrio, doña Elisa y la señora Constanza siguen cociendo en su mini taller de costura, los uniformes que les encargaron para la semana próxima.
El fin de la Tarde
Ya el Arado se inunda del olor confuso de los almuerzos que las mujeres preparan, las calles transitadas se desolan, mientras las personas se dedican a almorzar, las tiendas, los obreros y trabajadores detienen su trabajo para dedicarse al ritual familiar del medio día.
Después de las tres de la tarde y de quizá los que pueden/tomarse una merecida y cálida siesta, se reanudan las actividades, y los niños que ya salieron de la escuela y los colegiales se toman las calles para jugar y charlar con sus vecinos y amigos.
Cuando ya la rutinaria tarde se va espumando y cae la noche y un poco de diversión no esta de sobra; los “pelados” del barrio arman combo y en la cancha dibujada con pintura amarilla, sobre el pavimento de la calle principal, /se juegan unos partiditos de futillo, en medio de los autos que interrumpen sus pases y goles, pero no su pasión futbolística.
Dos cuadras más arriba en medio de una callecita medio oscura los gritos desesperantes de jóvenes excitados sorprenden al Arado, cuando “el negro” y los niños de la cuadra ¡juegan béisbol!, con una pelota de plástico y palos de escoba, intentando lograr un buen homeroon, en esta noche de viernes.
Después de las 11 de la noche y tras una amenaza, de suave llovizna, poco a poco se van diluyendo los grupitos, se van acabando los juegos y las conversaciones y ahora las personas se resguardan de a apoco entre sus casas. /Mientras tanto Alex, el celador: se abriga con su chaqueta y se refugia bajo el parasol de la panadería; sentado en su silla de plástico roja, cuidando las tres busetas, los dos camiones, la tractomula y los cuatro carros, que esta madrugada estarán en el parqueadero.
Hoy es viernes. Un viernes común y corriente. Ya casi son las 12 y son pocos los que aún recorren sus calles, porque la amenaza, ya es un hecho: es un fuerte aguacero, en una noche de viernes en el barrio de abajo, de casas viejas y calles dañadas, la carrera 2da entre calles
20 y 24, vuelve arrastrar tierra y agua mientras sus gentes duermen.